La política es tan dañina que una palabra tan hermosa como madre la convierte en suegra. Gracia Verija
sábado, 30 de julio de 2011
Donde todo comenzó.
lunes, 25 de julio de 2011
El calendario del preso.
viernes, 22 de julio de 2011
Amor incomprensible.
lunes, 18 de julio de 2011
¿Cuántos años son cincuenta centímetros?
Ya lleva parada la obra de la calle ocho o diez días y la cosa parece que va para largo. Toda levantada, se ve de tierra solo parcialmente compactada, con abundantes agujeros, como si nos hubiesen bombardeado. Ahora que han retirado los adoquines y escarbado un poco, a unos cincuenta centímetros de profundidad, la calle ha aparecido cuajada de cantos rodados, grandes como melones. Supongo que los usaban para reforzar la tierra, compactándola y dándole consistencia, y los traerían del río, no podía haber un proveedor más cercano.
He tratado de imaginar cómo sería esta calle cuando esa mezcla de piedras y tierra era el suelo que se pisaba. No sé cuánto hará de eso, pero supongo que muchísimo porque los adoquines que tenían encima llevaban ahí más de treinta años con total seguridad porque yo los he visto y pisado al menos todo ese tiempo. En cuanto a las edificaciones el aspecto sería parecido al actual, porque muchas de las casas son las mismas, aunque supongo que se verían más jóvenes. El cambio mayor serían las gentes. Los hombres con gorra o sombrero, falda por debajo de los tobillos las mujeres. Estadísticamente es fácil pensar que vivieron en una España convulsa, entre ansías de libertad y prolongados periodos de autoritarismos. Una época en que el campo lo era todo, trabajando de sol a sol, por poco más que la comida y un techo escaso y pobre para taparse. Esto era así para más del noventa por ciento de la población. Los escasos privilegiados del resto vivirían una vida diferente: más lujosa y regalada, teniendo de todo sin tener que hacer nada. Como el tío Pablo, que en un tórrido mediodía de agosto andaluz, de vuelta del casino, se sentó en la sombra del zaguán de una casa, camino de la suya. Cuando se le acercaron algunos vecinos alertados por su extraño comportamiento, pensando , que se había puesto malo, los tranquilizó diciendo: "No se preocupen, es que me pareció que iba a empezar a sudar, y como no lo he hecho nunca, me he sentado para evitarlo".
Pero la mayoría de la gente que andaba por mi calle si sabían lo que era sudar. Las labores del campo eran duras y hacían envejecer rápidamente, por eso casi todos parecen viejos; una mujer de cuarenta años, hoy una chiquilla, era entonces una anciana.
Y los animales; entonces los caballos eran seres útiles, no el artículo de lujo en que se han convertido. Eran el medio de desplazamiento al trabajo de señores, capataces, médicos, curas… los burros cargaban con los más humildes o llevaban las cargas: los frutos del campo, los aperos… Ovejas y cabras pasaban por mi calle camino de los corrales de las casas.
Me gusta pensar que los animales se sentían orgullosos de su papel en la sociedad, eran seres útiles y apreciados. Ahora los burros casi han desaparecido, solo alguno queda para llevar algún carro en la feria, los caballos solo sirven para presumir, para ostentar, en el fondo, de dinero. Siguen siendo de la élite, pero solo para el lucimiento. Y las cabras y ovejas desaparecieron de las calles; siguen viviendo en el campo, pero ya no visitan el pueblo, como con ellas no se presume, no se enseñan.
No puedo estar de acuerdo con Jorge Manrique, probablemente el tiempo pasado fue peor. Pero puede que las gentes de entonces si fueran, en su mayoría, mejores personas que ahora. A menudo parece que la sociedad depura lo peor que llevamos dentro y lo va perfeccionando. Mientras mejor vivimos peores somos. La sociedad nos facilita la vida pero nos hace más crueles. Es como si hiciera al tiempo dos caminos divergentes: por un lado lucha cada vez más por la igualdad de clases dentro de nuestras propias culturas, por otro las diferencias entre el nuestro y el Tercer Mundo son cada vez mayores, y nuestra indiferencia ante esta realidad palpable, aunque no nos guste reconocerlo.
Las gentes de mi calle de tierra compactada con enormes cantos rodados eran probablemente más sufridas, más pobres y vivirían menos y peor, pero seguro que más solidarias con el mal ajeno.
Kolorao no me debe nada.
Hace unos años siendo pequeños, dejé que mis hijos me raparan. Disfrutaron como enanos metiendo la maquinilla por los pelos y dejando el casco casi como una bombilla. La casa se llenó de pelos y risas, y no sé cuál de las dos cosas tardó más en irse. Recuerdo sus caras de satisfacción mientras empuñaban la maquinilla haciendo carreteras por mi cabeza. Creo que ya por aquel entonces él pensó que algo me dejaba a deber.
Cuando a K. se le acercaba la hora de la Universidad prometió raparse si entraba en la carrera y centro que quería. Su maravillosa pelambrera, algo a lo que no está nunca dispuesto a renunciar, le parecía el mejor tributo de agradecimiento a la vida por la suerte concedida. Y, matando dos pájaros de un tiro, pensó saldar así conmigo la deuda que creía contraída
- Nada, nada. Me rapas tú. Yo te rapé de chico y ahora ese gustazo de lo das tú.
- Deja que lo hagan las supernenas que lo harán mejor que yo y te dejarán más guapo.
- Que no, eso te lo debo…
Me costó, pero al final consintió en que participara toda la calle, y que una de las niñas fuera la que llevara la voz cantante. El resultado fue seguro mucho mejor que si yo hubiese ocupado el papel estelar que él quería darme. La verdad fue muy divertido (hay abundante y variado material gráfico), un fin de fiesta tardío e inesperado, pero divertido. Lástima que algunas que deberían haber estado presentes por diferentes circunstancias, no estuvieran aquí (aunque no sé lo que hubiese pasado entonces).
Lo digo desde ya. Kolorao no me debe nada. No lo sabe, pero soy yo quien estoy en deuda con él. Porque así me permite saldar la que yo, en mi ignorancia juvenil, por desidia contraje con mis padres. Él me da la segunda oportunidad para redimir algo que la muerte me hacía imposible. Trato de cumplir como padre lo que fallé como hijo, y cerrar así un ciclo que de otra manera no podría. Él no lo sabe, y, tal vez para que lo entienda, deberemos esperar a que nazcan mis nietos.
Por todo ello; Kolorao, GRACIAS.
domingo, 3 de julio de 2011
Releyendo los cien años.
viernes, 1 de julio de 2011
Nuestro verano.
Y es que trabajar por la tarde en esta bendita Andalucía es inhumano. Al salir a la calle a las cinco y media de la tarde hace un calor que hasta el infierno parece una buena alternativa. Poner los pies en la calle y empezar a sudar es todo uno. El aire es tan caliente que parece que los pulmones van a salir ardiendo, es casi imposible respirar. Para colmo en los negocios no entran ni las moscas. Solo justo antes de cerrar se forma algo de bulla pues todo el mundo lo de salir lo deja para última hora. Normal, solo a la anochecida el tiempo nos da un respiro, pero poca cosa. A veces la noche parece insoportable, no se puede dormir. Uno está empapado en sudor y desesperado, si te duchas, el alivio dura un momento, al instante vuelves a sudar.
A pesar de los pesares, para mi sigue siendo un paraiso. Calentito, como las calderas de Pedro Botero, pero, con todo, paraiso. Aquí no hay quién viva, pero no se me ocurre otro lugar mejor para vivir