viernes, 22 de julio de 2011

Amor incomprensible.


La casa destila un aroma de total incomunicación. El espejo permanece pegado a la pared, ignorante de la caída hace unos meses del clavo que lo sujetaba. Los ladrillos de los muros se creen aislados, como si no existiera el cemento que los une y los separa. Los habitantes, dos, se ven mutuamente como espectros, una sombra que a veces pasa por delante no se sabe si vista o soñada. Solo algunas tareas domésticas los hacen visibles-¿Recoges la sala mientras bajo la basura? –Voy a hacer una ensalada. –Vale, ¿Quieres que corte las manzanas?- Bueno, y saca un par de latas de atún. Más tarde, la comida volverá a devolvernos a una pareja de solitarios que ni se hablan ni se miran. Como cuando dos no son uno más uno, a lo sumo uno y uno. Más frágil que la compañía del dúo de la tos, de Clarín, la más triste que conozco. Desde el más mudo de los silencios han acordado cierto reparto de las obligaciones de la casa: uno barre, friega, el otro plancha, cocina… No hay normas escritas ni habladas, pero son tan reales como las del BOE, y se respetan mucho más.
Con todo, no me cabe duda que hay amor. De una clase que no se puede definir, ni explicar. Que no puede entenderse, que parece de locos, como una (otra) locura de amor. Quizá no es lo que pensamos que es amor, ni algo que definiéramos como tal. Pero pienso que hay amor. Uno complicado y extraño, incluso destructivo, como el rito de ¿amor? De la Mantis. Si, amor, de un tipo humano. Ambos en su desapego son como un todo de dos partes que nada tienen en común, pero que no pueden separarse: el cubo y la fregona, el mango y la hoja del cuchillo…
El día que uno falte, el otro buscará su sombra, entonces ausente, y lamentará tantas cosas que debieron decirse, que pudieron ser y no fueron. Y buscará tras la muerte ese espectro que eludía en vida. Sea cual sea el que quede seguirá viviendo con el otro, con la misma ausencia que en vida.
No, la verdad es que no se ve el amor, pero está.
Mucho más allá de lo que las cosas parecen, las cosas son. Y desde que el Mundo es Mundo, lo más torpe que lo habita somos las personas.

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