domingo, 3 de julio de 2011

Releyendo los cien años.

Estoy acabando mi tercera lectura de " Cien años de Soledad". Vuelvo a disfrutar del mundo mágico que se destila por todos sus poros. Un pueblo sin muertos ni cementerio, un barco varado tierra adentro que muestra su esqueleto al desierto, Melquíades y sus maravillosas novedades; esos hierros que infunden vida en las cosas, el coronel, de derrota en derrota hasta la victoria final, y cuando la tiene en su mano se rinde, vivos y muertos conviviendo durante años, compartiendo espacios y miserias, locuras y abandonos... Soledades que se cruzan y no se encuentran, algunas que se buscan, las más que se observan sin comprenderse. Aurelios y Arcadios que se suceden, cada uno con vidas diferentes pero iguales al tiempo. Y Úrsula, la presencia constante en el hilo de la historia.
 Y Macondo, que vemos casi nacer y como evoluciona, se despersonaliza, se prostituye, se degrada con las llegadas de aluviones de personajes que buscan en él la solución a sus problemas, la consecución de sus intereses. Llega el mundo y arrasa todo lo que lo hacía único. 
Las palabras son las mismas, el libro, con las hojas más amarillas y ajadas, también; pero tampoco te bañas dos veces en el mismo libro. Toda lectura tiene dos componentes; libro y lector, y nosotros cambiamos con la edad. Por eso el texto no nos dice las mismas cosas en diferentes momentos de nuestra vida. Es  como una conversación desigual, donde una parte mantiene inalterable sus posiciones y es la otra, cambiada y cambiante, la que percibe las cosas de diferente manera. Ahora me dice cosas que en lecturas anteriores apenas presté atención, y me dejan indiferentes pasajes que me parecían los más importantes. Los libros nos hablan, pero sobre todo nos hacen pensar. Son, más que respuestas, buenas preguntas que nos hacen llegar a nosotros mismos a las conclusiones.
Llega un momento en la vida que empezamos a buscar lo que realmente importa y tratamos de despojarnos de lo superfluo, a pasear desnudos por la vida como Remedios la bella. Empiezas a mirar con otros ojos la soledad, cuando ves que tus hijos van a volar ya por su cuenta. No puedo evitar reproducir la frase  que en esta lectura más me ha impactado: " El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad". Maravillosa.
Volví a coger el libro casi por casualidad. Un día volviendo a la villa en tren coincidí con una amiga de mis hijos y no sé por qué salió  a relucir. Ella, que no lo había leído, me decía que seguro lo acabaría haciendo, que una profe de Literatura le dijo que ciertos libros, entre ellos éste, tienen un momento en la vida de cada persona para leerlos, y que entonces aparecen por arte de magia. Sentí en ese momento que me apetecía volver a él, hacía años de la anteerior lectura y me pareció que me llamaba. Con poco más de medio siglo, era buen momento para los cien años... 
No hay mal ni bien que cien años dure (ni cuerpo que lo resista), dice el refrán. Es casi cierto, pocas cosas sobreviven al paso del tiempo. La experiencia me dice que solo aguantan cien años, las buenas obras, precisamente por ello inmortales, y, si acaso..., la soledad.

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