Fue una chica que tuvimos de empleada de hogar hace bastantes años, cuando era poco más que una chiquilla. Pero entonces aun no le llamábamos Marnie.
Era ya por aquel entonces más llamativa que guapa, rubia (de bote), con curvas y pechos potentes ( lo que, luego se verá, tendrá su importancia). En definitiva, tenía buen porte y buena facha.
Aquella fue una época en que tuvimos muchachas muy monas pero que nos duraban muy poco. Hubo de todo, pero muchas se fueron porque se casaban o se quedaban embarazadas ( Procu en las entrevistas a las que iban a entrar se lo comentaba). Alguna hubo que llevaba años "buscando" sin conseguirlo y que se quedó a los pocos meses de trabajar en casa. Os juro que o tuve nada que ver, pero alguna que otra broma tuve que aguantar a costa de ese asunto. Menos mal que las escogía Procu, yo en eso, no tenía nada que ver.
Sin embargo en este caso no fue nada de eso. Un buen día dijo que dejaba el trabajo en casa, creo que porque le había salido algo mejor, se le pagó la liquidación y tan amigos.
A mi mujer siempre le ha gustado vestir bien. En la medida de sus posibilidades procura tener ropa buena apropiada para cualquier situación. Como es cuidadosa y todo le dura mucho, tiene un fondo de armario que es un armario sin fondo. Tenía una prenda, una especie de chaleco, para ir muy arreglada (fin de año, noches de feria, etc) que era una preciosidad. Le había costado un pico, pero no había podido resistirse, la verdad es que era precioso. No lo usaba mucho porque no tenemos muchos "eventos" de ese nivel, pero tras cada postura el chalequito se lavaba y planchaba con gran cuidado para dejarlo preparado para la próxima ocasión. Normalmente cuando pensaba en él para una fiesta, mandaba sacarlo a la muchacha de turno.
Poco después de irse Marnie de casa, nos surgió una fiesta y ella pensó en el chaleco, por lo que le dijo a la nueva muchacha que lo buscara. Se lo describió y le dejó el encargo. De vuelta a casa la chica le dijo que había mirado por donde le indicó y que allí no estaba. Procu estuvo toda la tarde buscándolo. No se dejó un ropero, una cómoda, un cajón, pero el chaleco no aparecía por ningún sitio. En casa no estaba. Recordó que cuando Marnie ( que ya era Marnie pero aun no la llamábamos así) lo vio, se enamoró al instante de él, e incluso le preguntó si se lo dejaría si tuviera alguna fiesta grande. Ella, procurando ser amable pero firme, le dijo que nones.
Al caer en esto, inmediatamente sospechó donde estaba el chaleco. Dándolo por perdido, pero no queriendo resignarse, ideó un truco a la desesperada a ver si había suerte. La llamó pidiéndole que viniera a ayudar a la nueva a buscarlo porque no lo encontraba y como ella había sido la última en guardarlo, a lo mejor tenía una idea de donde podía estar. Tras disimular primero no recordarlo, dijo que ese día no podía, pero que mañana por la tarde iría y que seguro lo encontraban, no recordaba exactamente donde lo había puesto pero seguro que estaba por uno de los cajones.
Al día siguiente se presentó en casa. Procu se subía por las paredes, pero disimuló cuanto pudo y les dijo que las dejaba, que tenía mucho trabajo en el despacho. Puso su mejor sonrisa, supongo que cruzó los dedos, y se fue. Marnie llevaba una bolsa que no soltó en ningún momento. Le dijo a la otra chica que buscara en una cómoda de un cuarto y, cuando acabó, que viniera a ayudarle al dormitorio y buscara en la cómoda que le quedaba a ella sin mirar. Nada más abrir el segundo cajón allí estaba el dichoso chaleco. Marnie le dijo de buen rollo a la otra que que despistada, que como no lo había visto antes y luego se fue.
Al rato llegó mi mujer a ver que había pasado. La chica le contó como había ido todo y que el chaleco venía recien lavado, deformado por el pecho y oliendo a un perfume horrible que ella no había visto que mi mujer usase, por lo que lo había puesto para lavar a ver si se le iba el olor.
Cuando se probó el chaleco le iba a dar algo; las dos o tres tallas más de pecho de Marnie lo habían deformado y olía que echaba para atrás. No se pudo contener, la llamó de segundas y le dijo de todo. La otra no decía ni mú. Para terminar le dijo que quería all, al día siguiente, todo lo que se había llevado de casa o le mandaba a la Policía. No sabía si faltaba algo más pero sospechaba que quien coge eso, coge más cosas.
Al día siguiente mi mujer se levantó más tarde de lo habitual porque no tenía que ir al Juzgado hasta última hora, por lo que apuró un poco más en la cama y se estaba arreglando más relajadamente.
En aquella época la puerta de arriba de casa estaba siempre abierta, cosa que solo los conocidos sabían. A una hora en la que Procu ya solía haberse ido, oyó la voz de Marnie llamando a la otra chica. Ella estaba en el cuarto de baño y sabía que la chica estaba en la azotea, por lo que no podía oirla. Marnie, sin que se le contestara entró. Procu se quedó, sin hacer ruido, en el cuarto de baño que está junto al vestidor y la oyó entrar en éste. La sorpresa que se llevó Marnie cuando estaba con un cajón abierto del ropero de Procu y la oyó hablándole por detras fue de infarto:
- ¿ A traer lo que me has robado o a llevarte más? ¿ Cómo tienes la poca vergüenza de abrir mis cajones?
A partir de aquí le dijo todo lo que quiso y más. Ella aguantó el chaparrón con la cabeza baja y quizá alguna lagrimilla. Había traido varios pares de medias y unas bragas. Cuando se fue, Procu las tiró. No eran medias de seda ni nada especial, era absurdo robarlas.
Como cambiábamos tanto de muchachas a veces olvidaba los nombres. Poco después me la crucé por la calle y cambió de acera roja como un tomate, Cuando llegué a casa le dije a Procu - " me he cruzado con Marnie, la ladrona" -, nos hizo gracia y Marnie se le quedó.
Hoy, pasados los años, creo que está casada y con una niña pequeña. Tiene la mala suerte de necesitar algo para la chiquilla cada vez que estoy de guardia. Y digo mala suerte porque, o bien necesita un medicamento para la chica cada seis días y coincide con mis guardias, o lo que sería peor, ésta necesita tantas veces medicinas que no es solo en mis guardias, sino algo continuo. Espero que no sea esto último.
Cuando viene a la botica tiene que hablarme, pero dice lo estrictamente necesario, paga su cuenta sin mirarme en ningún momento a los ojos, y se va.
Pero luego, por la calle ya os digo, ni me mira. Supongo que se le hace difícil porque le recuerdo un episodio de su vida del que se avergüenza. Si es que tiene vergüenza..... y memoria.