martes, 4 de mayo de 2010

La parábola del diabético.

¡Qué difícil se nos hace ponernos en la piel del otro!. Con frecuencia creemos haber considerado todos los aspectos de una cuestión cuando solo hemos mirado los que se ven desde este lado de las cosas, pero enfrente hay otros puntos de vista que nosotros ni siquiera intuimos. Ando aún a vueltas con el tema del velo, aunque mas bien por la vertiente de las imposiciones religiosas. He tratado de este tema en mis últimas entradas así como con gente de mi entorno. Aquellos que son agnósticos o no creyentes no dan gran importancia  a la obsesión por que los hijos mantengan la fe e los padres. Yo, aún no siendo muy creyente discrepo.
Los Cuentos, la Magia y la Religión comparten muchos factores comunes; tienen un gran componente de ilusión, una sobrenaturalidad, una parafernalia.... Tambien comparten la preponderancia de las formas, una cierta ritualidad, Un esquema fijo e inmutable para cada una de ellas. El "Erase una vez...", el "abracadabra" o " en quel tiempo dijo Jesús a sus discípulos", son encabezamientos o componentes fundamentales que ya nos predisponen a lo sobrenatural, a lo imaginativo.
Quien cree firmemente en Dios, sea cual sea éste, solo puede querer que su hijo tambien crea, pues en ello le va la salvación, y para él no hay nada más importante que su hijo se salve. Yo no soy así, pero entiendo esta postura perfectamente y la veo lógica. Desde su punto de vista, y hay que ponerse en la piel del otro para juzgarlo, todas aquellas presiones que pueda ejercer para que su hijo se mantenga en su fe se dan por bien empleadas si consiguen su objetivo, si se convierte en un buen creyente y, por tanto, segun su creencia consigue salvarse. 
"Había una vez un matrimonio que tuvo un hijo lo que los hizo plenamente felices. Era la razón de sus vidas. Lo amaban más que a si mismos. En una revisión rutinaria le detectaron un tipo de diabetes infantil bastante peligrosa; debían cuidar de forma muy precisa sus niveles de azúcar, pues tan grave era el exceso como el defecto y las consecuencias podían ser muy graves, tal vez incluso mortales. Esos padres aprendieron cuanto se podía saber sobre ese mal y estudiaron con detenimiento el plan de comda que debía llevar el niño para evitarle problemas. La dieta debía ser estricta porque el margen en el que los niveles de glucosa en sangre podían moverse era muy estrecho. Hicieron cuanto pudieron para hacerle variada y agradable una dieta que por ser tan estricta no era lo más apetecible para un niño. A media que éste crecía los problemas aumentaban; no lo dejaban ir a los cumpleaños de sus amiguitos pues no podía tomar las cosas que allí se le iban a ofrecer. Nunca le daban chucherías porque no las podía tomar. El niño que veía a sus amigos  tomar cosas que a él le negaban, y que le contaban  lo divertidos que eran los cumpleaños, en  su ignorancia culpaba a sus padres de no quererlo, de déspotas que no lo dejaban divertirse. No entendía porque eran tan duros con él, pensaba que era un castigo y no entendía por qué, él era bueno, pero aun así lo maltrataban negándole cuanto él deseaba. Empezó a odiarlos, pero aún así, por salvarlo, ellos siguieron con su forma de comportarse aunque veían que perdían su cariño. Ya no podían abrazarlo, apenas les dirigía la palabra y los odiaba por considerarlos maltratadores. Ellos callaban y lo sufrían, pero no dejaban de cuidar su dieta, de vigilar que no tomase nada que pudiera dañarlo. La vida del niño estaba por encima de su felicidad y su amor, por encima de su desprecio".
Cuando nos jugamos la vida, la libertad puede pasar a un segundo plano, y la dureza de la vida puede estar justificada por la consecución de un fin mayor. Un padre, aunque sea duro, hará lo que tenga que hacer para salvar la vida de su hijo, aunque eso le cueste su cariño.
Si eso es así para la vida terrenal, que al fin y al cabo siempre tiene un final, que no hará un padre que crea en la vida eterna para conseguir que su hijo la alcance. Por eso miro con respeto y comprensión las presiones y limitaciones que los padres creyentes imponen a sus hijos para que éstos mantengan su fe. No las comparto ni las practico, pero las entiendo. Para ello solo tengo que pensar en el niño diabético  y en lo que yo llegaría a hacer, aunque me pesara a mi y a él, para que sobreviviera.

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