miércoles, 16 de junio de 2010

Ahondando en el tema de la muerte.

Perdón. Ante todo perdón. Hablaba el otro día con cierta frivolidad sobre la muerte de alguién que califiqué de ridícula o graciosa, aunque fuera entre paréntesis. La muerte es un acto único. Nos iguala y nos distingue del resto de las personas. Es lo que nos confirma el carácter de mortales, decimos que todos somos mortales pero solo se está seguro de eso al morirse. Los que creen en el jucio final, y que llegará cuando menos lo esperemos, piensan que llegado el día, los que vivan en ese momento serán juzgados por sus actos, pero no tienen por qué haber muerto necesariamente. En ese sentido no serían mortales.
La muerte de cada uno es algo único, aunque mueran juntos y por la misma causa muchos hombres, cada uno tendrá una muerte única y diferente. Al fin y al cabo, la muerte es la única piedra en la que el hombre no puede tropezar dos veces. Al menos nadie lo ha hecho hasta ahora.
Por eso es un momento tan personal que debemos respetar la de todos y cada uno que han pasado por ese trance. No es fácil en algunos casos, porque lo extraordinario y curioso de algunas muertes provocan una reacción poco respetuosa en nuestra mente. No podemos evitarlo, pero podemos dejarlo ahí guardado y solo exteriorizar respeto. Os contaré otra muerte extraña: Cleomenes I, rey de Esparta murió loco. Algunas historias dicen que, incapaz de dejar de morderse a si mismo, murió desangrado como consecuencia de esas heridas autoinfligidas. No sé que sentimientos provoca en los demás; a mi, al conocerla, me dejó perplejo.

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