jueves, 22 de abril de 2010

Cachivaches del soberao: el día que aprendí que los hombres se morían.

Ser niño es vivir en un mundo personal e intransferible que el tiempo modifica y va homogeneizando con el del resto de los hombres. En aquel mundo mío, existían la vida y la muerte pero no ran las dos caras de la misma moneda. Había personas muertas y vivas, pero la muerte era un carácter diferencial, no una transición. No conocí a mis abuelos por lo que ellos siempre pertenecieron a la categoria de muertos, como todos los que conocía eran del grupo vivos, pero no entendía  que todos los del grupo del más allá antes estuvieron aquí. Creía que mertos y vivos eran seres que habitaban mundos distintos desde siempre.
Un día ibamos por la vieja carretera  de Sevilla al Arahal cuando en las curvas de Gandul vimos un accidente. El coche, tras chocar con un árbol había caido por el terraplén. Había destrozado uno de aquellos antiguos mojones que en teoria estaban para impedir precisamente la caída. En la cuneta una raída manta blanca tapaba un cuerpo, pero podía distinguirse perfectamente la silueta humana. La Guardia Civil estaba controlando el paso y  nos mandó circular. Mi padre pasó rápido diciéndonos a los niños que no mirásemos. No podíamos apartar la mirada de aquel bulto, por el cristal trasero recuerdo como si lo estuviera viendo, las dos suelas de sus zapatos. Horas después en el pueblo supimos que era el alcalde el que había fallecido. Era muy amigo de mi padre, y algunos de sus hijos de la pandilla de mis hermanos. Yo lo veía con frecuencia porque salía en la reunión de matimonios de mis padres, e iba al campo siempre que teníamos algo que celebrar. 
Mis padres evitaban hablar del tema delante de nosotros los menores, pero mis dos hermanos mayores fueron a acompañar a sus amigos que se habían quedado sin padre. Recuerdo cuando ví a esos niños vestidos de negro y con la mirada triste, mi hermano me dijo que no verían más a su padre porque había muerto.
Entonces, por primera vez,  sabía de  alguien que que yo había conocido vivo y estaba muerto. Aprendí que los muertos se van y ya no vuelven, que pasaban de ser parte de nuestro mundo a parte de nuestros recuerdos, y entendí porque mi madre hablaba de la suya con las mismas cosas que ella me hacía a mi. Yo nunca le había preguntado, pero no entendía como hablaba de alguien muerto como cercano. Entonces empecé a entender que ni ellos ni yo estaríamos aquí para siempre. Aquel día descubrí que no somos inmortales.
Ahora que ellos no están yo los recuerdo como algo cercano. Pero entonces fue un impacto. Cayó la primera de las vendas  de las muchas que vinieron detrás sobre la realidad de la vida. El mundo tan personal y equivocado en el que vivía, empezaba a mostrarme su auténtica cara.

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