lunes, 27 de junio de 2011

Hay días que no lo tengo claro.

En los días que, como hoy, tengo algo más de tiempo para dedicarle a esto, procuro esforzarme a ver si sale algo más aseadito de lo habitual. Frecuentemente ocurre lo contrario,  empiezo a pensar en algún tema original para sorprenderos, pero las ideas o no vienen o surgen  a montones y se  contradicen sobre la marcha. Al rato, sin saber bien por qué, me veo queriendo hablar de una cosa y la contraria al tiempo, intentando razonar sobre blanco y pensando en negro. Es casi mejor cuando uno anda corto de tiempo; menos tiempo para escribir, menos para dudar.
Pero aún es peor si intento evocar algún recuerdo de la niñez o de hace mucho tiempo. Aquellos "cachivaches del soberao" que hace tiempo que no escribo. Algunos resultaron difíciles de pergeñar, porque no encontraba palabras para describir con precisión lo que esos recuerdos hicieron en mí entonces y lo que significan ahora. A veces no es que no encuentre las palabras, es que ni yo mismo me aclaro. Las dudas se van complicando, y la cabeza parece que va a echar humo.  Se me confunden en un batiburrillo los tiempos y las cosas, los sitios y las personas. Y ya no sé si era ella o era ayer, si estaba allí o aún no era el momento, si las cosas pasaban y era el tiempo el que estaba quieto.
 No sé si lo habeis pensado, pero que raro es esto de la memoria. Hay cosas que estan en ella con total claridad pero no son ciertas. Aunque todos nos digan que las cosas fueron de otra manera, es difícil convencernos de lo contrario; estamos tan seguros de que nuestro cerebro no nos miente que uno no puede evitar dudar de todos antes que de él. Con todo, algo nos dice a veces que no todos los muebles están en su sitio. Creemos tener un un mundo perfectamente estructurado, donde todo está y es como debería. Nuestra lógica es  la única posible, no hay otras alternativas. Pero hay días que la duda se cuela por los rincones, y el edificio se resquebraja. Como las casas de los cerditos del cuento infantil, nuestra organización interior no resiste los ataques del lobo que es la realidad, que tozuda nos muestra lo equivocados que podemos llegar a estar.
Así me veo, por mi mala cabeza, como pollo degollado, corriendo de un lado a otro sin llegar a ninguna parte. Encontrando que no soy (somos) tan perfectos como creo (creemos). Dudando de si no nos equivocamos bastante más de lo que pensamos. Un consuelo, como errar es de humanos, al menos eso nos convierte en personas, ahora solo falta tratar de ser mejores. 

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