viernes, 5 de marzo de 2010

Anorexia mortal.

El grupo de amigas siempre acababa hablando de lo mismo. Todas vestían igual: vaqueros ajustados de marca, sudadera de tommy hilfiger, zapatos de tacón. Se miraban unas a otras a ver quien tenía mejor tipo, a quien le sobraba un poco de grasa. Si alguna tenía un ligero abultamiento sobresaliendo minimamente de la cinturilla, la miraban con desprecio; No sé como puedes soportarlo, es horrible. Quisieran ser como esas modelos, delgadas y esbeltas como juncos. Cimbreantes y armoniosas desfilando en las pasarelas. Yo voy a ser como ellas, piensan todas para si, sea como sea. Y al llegar a casa, cada una se esconde en su dormitorio temiendo el momento del aviso materno: Vamos, niños, a cenar... Tengo deberes mamá, luego me preparo algo, que ahora no puedo. Y así un día tras otro, a veces cuela y otras su madre se pone dura y hay que sentarse en la mesa. Entonces empieza la lucha sobre si es poco o mucho lo que te has servido. Es que no me gusta mamá,por favor. Siempre dices lo mismo, nada de lo que pongo te parece bien. Tras el tormento de comer el de ir al servicio a vomitarlo, sin que nadie lo note, disimulando que se entretiene en el servicio peinándose, o  poniéndose  cremas.

Ya no hay amigas. No hay colegio ni deberes. Ya no se disimula a la hora de comer. No se vomita más que una bilis amarga y sola. Se mira al espejo y aparecen obesos reflejos de hueso y piel. Mide casi uno setenta y pesa treinta y seis gordisimos kilos. Aun así, siente que le sobran algunos.Apenas sonríe, y cuando lo hace, sus dientes sobresalen de sus labios, en sus angulosos pómulos se dibujan por dentro los molares, como las costillas en su pecho.  Casi  no puede moverse, los músculos atrofiados son poco más que algo de carne unido a los tendones, que se tensan asomandose bajo la piel. Puede seguirse el contorno de sus huesos como  un esqueleto viviente. Y ella sigue soñando que si pierde algunos kilos podrá moverse sinuosa y grácil como aquellas modelos de pasarela deslumbrando a todos. Si pierde esos kilos que le sobran será como ellas. Pero ya no sale, no puede. Las piernas apenas pueden sostenerla, los brazos caen inermes a los costados, desaparecieron los pechos en dos pliegues de piel y las costillas dibujan el tórax. Y ella se cree la imagen de Botero.
Quiero pensar que aún tiene remedio, que algún día se verá como está de verdad y, con la ayuda de cuantos la rodean y un tratamiento médico, volverá a comer, pondrá algo de peso y hará una vida casi normal. Se le retiró la regla hace tiempo y sus veinticinco años parecen vida y media en su cuerpo. Pero aún es posible que poco a poco pueda volver a andar, a poder coger algo de peso con sus brazos, a salir a la calle a pasear. Y volver a tener amigos con los que reir y divertirse.
Y maldigo este mundo que nos engaña con la perfección y el culto al cuerpo. Y esa presión con que la sociedad asfixia a una juventud que tiene que estar perfecta o se hunde. Les damos una imagen como ideal para luego decirles quorexiae no la imiten. Les ponemos por delante modelos que  no queremos que copien, pero que aparecen triunfadores por todas partes. Si ellos los ven en lo más alto, ¿Cómo queremos que no los intenten emular?. Y luego son juguetes rotos, esclavos de un cuerpo que odian y una mente que solo ve sobrepeso donde no hay más  que huesos y piel. Cuantas niñas destrozan su vida cuando no ha hecho más que empezar, por tener un cuerpo perfecto. Cuantas más tienen que caer en esa esclavitud para que cambiemos los estereotipos. Al final ellas y sus familias son las que lo sufren, y la sociedad, que provocó el problema, las olvida tachándolas de locas.

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