viernes, 1 de enero de 2010

Empezando el año

Hoy, primer día del año, me he levantado como todos los años sobre las nueve de la mañana. Curiosa tradición que mi cuerpo recuerda año tras año. Sin importar la hora de acostarme, el día 1 de Enero mi cuerpo amanece sobre esa hora. No tengo sueño (aunque luego la siesta pueda ser de pronóstico) por lo que no me da pereza levantarme.


A veces pienso que tengo algo de alemán. No solo por mi pelo rubio y mis ojos claros, herencia que sé extremeña pero que no descarto más septentrional, sino por esa disciplina interior que me lleva a cumplir autoimposiciones en todas las circunstancias. No sé por qué pienso que eso de la cabeza cuadrada de los alemanes les hace no renunciar fácilmente a aquello que piensan que deben hacer

Tras la ducha me he echado a la calle a la búsqueda de algo para el desayuno, exquisita bollería para empezar bien el año. La mejor de la zona es, curiosamente, de una panadería alemana.

Al llegar a su puerta, cerrada, no había ningún cartel que indicase que hoy no abría, y según el horario, que si estaba puesto, ya debería estarlo. Me dispuse a esperar por si se trataba solo de un ligero retraso totalmente justificable dado el día.

En la calle había cierto trasiego de gente de indumentaria desarregladamente arreglada. Trajes de fiesta arrugados, maquillajes desubicados, zapatos con tacón de aguja en las manos y medias de seda con enormes carreras que empezaban en un rotundo boquete para ellas; trajes igualmente arrugados con alguna mancha sospechosa impregnada en alcohol, corbatas con nudo a mitad del pecho, camisas  fuera de los pantalones y pelos despeinados con restos de Patrico para ellos. Los rezagados de las fiestas buscan el descanso, algunos apurando una (¿última?) copa.

Pasado un tiempo prudencial he comprendido que la panadería no iba a abrir, sin avisar a los clientes, quizás por parecer innecesario. Puede que las empleadas, españolas, no sigan los criterios que yo supongo de los teutones.

En toda la calle, los únicos comercios abiertos son los de los chinos. Es más, aparte de mí (o quizá ni eso), los únicos seres vivos que no parecían seriamente perjudicados en mi barrio son amarillos y tienen los ojos chicos. No tenían bollería, excepto industrial que no me apetecía, pero les he comprado huevos y jamón de York que también hacían falta en casa. No son baratos, a pesar de su fama, pero el que trabaja hoy es para ganar dinero.

Resulta que los “cabeza cuadrada” son los chinos. Así les va…. O mejor, así nos va a los demás.

El video de hoy evidente...


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