viernes, 29 de enero de 2010

La pequeña historia

Detrás de cada acontecimiento importante están las pequeñas historias. En toda tragedia, suceso multitudinario, o evento de cualquier tipo cientos de personas pueden mostrar motivos diferentes por los que estuvieron o no allí. En algunos casos parece milagroso como se libró una determinada persona de un suceso trágico al que parecía predestinado por haberse quedado ese día dormido o tener otra extrañisima obligación que le hizo modificar sus hábitos siempre invariables.
Un amigo mío no cogió (como hacía todos los días) uno de los trenes del trágico 11-M. Me contaba que ese día su mujer no se pudo levantar por encontrarse enferma, y él tuvo que llevar a sus hijos al colegio. Levantó a los niños a toda prisa, y los dejó en la puerta del centro con un rápido beso para ver si llegaba a coger el tren y  así no llegar tarde al trabajo. Corrió cuanto pudo del colegio a la estación y recordaba su sensación de desesperación al ver desde el andén como salía el tren. Maldijo por esta vez la puntualidad de RENFE (con lo que nos hemos quejado siempre de su impuntualidad) y se sentó en un banco a recuperar el aliento. Llamó a su jefe para avisarle  que llegaría tarde. Antes de la hora del siguiente tren ya corría por  todas partes un runrún de trenes descarrilados que no hacía más que crecer. Sin saber cómo ni por qué recuerda que se encontró de pronto en su casa. El resto, esas imágenes de horror y anónimo heroismo de gentes ayudando como podían a los heridos, mi amigo, como todos los demás, las vio por la tele. Ni él ni ninguno de nosotros creo que podamos jamás olvidarlas.
Su vida cambió radicalmente, no por fuera, si no por dentro. Al día siguiente volvió a coger su tren, pero ya era un tren de ausencias, de miradas perdidas, de adioses no dichos y lágrimas en soledad. Recuerda que nunca iba el tren tan en silencio como aquel día. Todos buscaban aquellos rostros con los que se cruzaban a diario; muchos no estaban y algunos no volverían.
No le gusta hablar del tema, y los demas nunca se lo sacamos, pero un día le dije:- Si necesitas hablar, de lo que quieras, sabes donde estoy. Pasó algún tiempo, pero un día vino a verme, con lágrimas en los ojos, y me dijo: - Corrí  para coger aquel tren como si me fuera la vida en ello, mira por donde la vida me iba en perderlo.Tienes apenas un minuto para llegar a tiempo, y, gracias a Dios, toda la vida para llegar tarde. No sé por qué, pero a veces es como si me reprochara no haber llegado, luego me alegro y doy gracias a Dios, y me digo que soy tonto por pensar así. Pero recuerdo esa gente que siempre viajaba conmigo, y me parece como si les hubiera fallado.Es una tontería, pero no puedo quitarmela de la cabeza.
Mi amigo es otro desde entonces, como si, como todos le dicen, hubiese vuelto a nacer. Pero sus ojos son más tristes, su gesto más serio y su sonrisa tiene un deje de amargura. Corrió todo lo que daban sus piernas para coger ese tren, y una parte de él parece que llegó a subirse.

1 comentario:

arviman dijo...

Parece que está cogiendo esto últimamente el tema "destino" por protagonista.
Una historia escalofriante, la verdad. Muchos seguramente dijimos cómo nos sentiríamos en la piel de tu amigo cuando oímos cosas así en las noticias durante aquella época, pero está claro que solo él y los pocos que corrieron esa suerte lo saben. Y nuestra opinión, desde luego, no se acerca a la verdadera.