miércoles, 16 de diciembre de 2009

CACHIVACHES DEL SOBERAO: LOS CUENTOS DE MI PADRE

Las mañanas de invierno en el campo,comenzaban apenas amanecía. En el cuarto de mis padres la persiana dejaba pasar unas finas líneas de luz. Estaba echada hasta abajo pero no cerrada del todo. Mis padres miraban a esa luz mientras charlaban de sus cosas, sus miradas parecían querer escaparse por esas pequeñas rendijas. Cuando mi hermano menor y yo nos despertábamos corríamos a su cuarto y nos metíamos con ellos en la cama. Allí acababa su conversación. La casa amanecía fría y el pasillo nos dejaba helados, pero su cama estaba siempre calentita. Tapados hasta los ojos mirabamos tambien a las rayitas que llegaban hasta la pared del fondo: grises y estrechas si había nubes, amarillas y grandes si hacía sol.
 Sin decirle nada mi padre empezaba a contar historias. No eran cuentos, eran pasajes de la Biblia. Pero eran relatos mejores que cuentos. Hablaban de guerras, de luchas contra otros pueblos, como las películas de buenos y malos.Oíamos las trompetas de Josué, Y nos hacía ver como caían las murallas de Jericó y la cara de los asustados cananeos ante el milagro.Nos  describía el pomposo paseo de Goliat pavoneandose frente a los israelitas ante la alegría de los filisteos mientras David (al que él pintaba delgado y rubio como nosotros) buscaba por el suelo las piedras para su honda.Y su gran victoria cuando le cortaba la cabeza...
 Mi preferida era la historia de Sansón. Traicionado por Dalila, pierde con sus cabellos los poderes y, por su debilidad, el favor de Dios. Mi padre describía como Dalila le corta los cabellos mientras duerme y como al despertar él sabía que había ofendido a Dios por revelar su secreto y que había perdido su fuerza. Apresado por los filisteos,  le sacan los ojos y le hacen objeto de burlas y humillaciones. Su mayor dolor es, no obstante, haber ofendido a Dios. Se gana el perdón divino, recupera sus fuerzas y se inmola derribando un templo filisteo matando al mismo tiempo  a más de 3000 enemigos. Cuando mi padre (que contaba las historias usando casi siempre las mismas palabras) nos lo describía atado a dos columnas (que derriba) y ponía en boca de Sansón: -"muera aquí Sansón con todos los filisteos"- Mi hermano y yo coreabamos las palabras al tiempo que aplaudíamos. No había película ni libro que pudiera superar aquello, era vivir la aventura, estar allí...
En mi niñez la Biblia era un libro de aventuras, de flechas y espadas, de seduciones y engaños, de reyes que intentan matar a héroes por celos... Dios aparecía solo para animar a los suyos, para ayudarles un poco, pero eran historias de hombres.
 Aquel cuarto, aquellas rendijas que continuamente mirabamos nos llevaban a un mundo de formidables historias. Nos trasladaban al centro de los relatos, casi tocábamos a Sansón. Y, a veces las rayitas tomaban un color azul y yo creía alcanzar el cielo.
Todos, con la niñez, perdimos un unicornio azul. Sus restos están entre los cachivaches del soberao, por eso creo que es bueno orearlos, para no perderlos del todo...

2 comentarios:

Concha Rivero dijo...

Ese recuerdo, esa sensación de cariño y tibieza quizás sea la herencia más millonaria que hayas podido recibir. Guárda ese recuerdo con celo.Yo,mis historias me las tenía que inventar sola. Ni mi padre (por falta de tiempo e imaginación) me contó jamas una, ni mi madre (para la que eramos un incordio) tampoco.
Por eso, disfruté tanto las historias que jose le contaba a menudo a llillo cuando era chico. Eran interminables y deliciosas. No olvido su cara cuando las oía. Asi que,guarda bien tu recuerdo; no tiene precio.

j.garq dijo...

Mi padre era muy poco imaginativo, al contrario que mi madre que hubiera podido ser escritora si hubiese vivido en otros tiempos, pero su educación en las irlandesas le dio para ser bilingüe, gran lectora y algo de piano. Paradójicamente los cuentos eran cosa de mi padre, y su descubrimiento narrativo fue el Antiguo Testamento(que conocía como la palma de su mano). Incapaz de leernos ningún cuento tradicional, narraba aquellas historias como recitadas, totalmente de memoria. Llevaban incorporadas como una cantinela que hacía que ya supieramos qué iba a pasar. Era lo más emocionante que recuerdo de mi niñez. No tuve cuentos tradicionales, pero creo que gané con el cambio...