domingo, 27 de diciembre de 2009

Cachivaches del soberao: Los garbanzos negros


En todas la familias hay garbanzos negros; en mi caso son frijoles (o porotos como ellos los llamaban).
Aunque, en sentido estricto, no pertenecían a mi familia, si lo eran según el concepto que de la misma se tiene en los pueblos, y que puede resumirse como sigue (siguiendo el símil genealógico): Una vez arriba, no importa por qué rama subió la rata; está en nuestro árbol.
Se vinieron de Chile sin explicar por qué. Las malas lenguas decían que huyendo de los acreedores; que tenían más trampas que un huronero. Los hechos posteriores parecen darles la razón.
Eran seis: padre, madre (Manuel y Teresa) dos niñas (Isabel y Rosa)y dos niños (Manuel y Beto). Vinieron al pueblo y se quedaron, provisionalmente, en la casa que una tia abuela mía (ésta si de mi rama y pariente lejana suya)  tenía en todo el centro. Mi tía María, que así se llamaba, solo la usaba esporádicamente pues prefería vivir en el campo. La casa era magnífica, y cuando años después también tuvieron que salir por patas de España, dejaron esa casa, en la que mi pobre tía María no pudo poner ni un pie ni una sola vez desde su llegada.
Los dos hijos mayores, varón y hembra, se unieron a la panda de mi hermano mayor. Ambos tenían buena pinta y tanto chicos como chicas se alegraron de la presencia de carne fresca. Los dos menores, varón y hembra también, eran menos agraciados y más de nuestra edad, por lo que tuvimos que cargar con ellos. Con el tiempo Beto llegó a hacerse inseparable de mi primo y lo traté bastante.
Nosotros les decíamos primos, y ellos se tomaban las libertades que a este tratamiento corresponden, aunque ellos no correspondían.
El padre, hombre alto y fuerte, decía dedicarse a los negocios, y viajaba continuamente. La madre, alta y delgada, de piel oscura como india y pelo negro encrespado, vivía pegada al televisor y continuamente fumando. Fue la primera mujer que conocí fumadora (me resultaba tan raro...) y nunca la vi sin un cigarro en la boca.
Nos divertía su forma de hablar. Todas las frases acababan en "puuucha, huonn"  ( en realidad "pucha , huevón" que viene a ser nuestro "tonto pelao")con una cantinela que nos gustaba imitar. Ellos no se ofendían. Sus erres eran eles o quedaban mudas. Beto era de Alberto que ellos pronunciaban "Albetto" y luego solo Beto. Usaban palabras que no había oido en mi vida y que los viejos recordaban de su niñez como "so la cama" en vez de bajo la cama  o "aparador"( que sonaba apawradol) por ropero.
El hijo mayor, al llegar a cierta edad, empezó a trabajar con el padre. Estaban todo el día enredando, con sus trapicheos, como si fueran los que hacían que el mundo se moviera: a sus negocios se debía que los alimentos llegaran a todas partes y los abrigos a las tiendas en invierno. Oyéndolos uno no se explicaba como podíamos haber vivido antes de que ellos llegaran.
Vivían a cuerpo de rey, gastando cuanto tenían (incluso más) y no se privaban de nada. Pero, como los nómadas, siempre con las maletas preparadas y cerca. Como la onda expansiva, cada vez tenían que ir más lejos para hacer sus negocios, pues él que los conocía no iba con ellos ni a coger monedas de cinco duros. En el pueblo la gente les daba de lado o ellos a la gente según el dinero que le debieran. Si por poco, no te quiero ver para que no me pidas más, si por mucho no te miro para que no me lo reclames.
Cuando la situación se les hizo insostenible se fueron. Lo hicieron sin pena, como lo más normal: ya estaban habituados. Y sin dejar nada ni mirar atrás. De la noche a la mañana. Para que nadie se enterase. Nos dijeron adios en voz baja... y a otra cosa.
Tardé muchos años en volver a tener noticias de ellos y fue por casualidad. Mandó recuerdos y noticias uno de ellos que se topó con uno del pueblo. Vivían cada uno en un país de Sudamérica. La madre murió hace años de algo de pulmón (como no). Isabel se casó bien y vivía tranquila, siempre evitando que los sablazos de los demás fueran grandes. El resto seguía con lo mismo; trampeando y engañando a quien podían para vivir.
Alguno tuvo problemas con la ley y vivió un tiempo a cargo del estado. Los otros habían cambiado de país más de una vez para no tener ese privilegio.
Siempre hay sinvergüenzas simpáticos, a los que uno no puede dejar de querer , y, en cierto sentido, envidiar su desparpajo y valor para vivir bien pero sin seguridad. Éstos eran unos de esos...
Porotos negros, que, aunque "manchen" el honor familiar, no puedo evitar sonreir con agrado al recordarlos.

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