domingo, 21 de febrero de 2010

Benito

Cuando viene a la farmacia es el primero o, todo lo más, el segundo cliente de la mañana. Llega con su chaqueta entre marron y caldera, su mascota bien calada y su vara de acebuche por bastón. Benito tiene la cara afilada, la nariz larga y fina, la piel aceitunada y oscura, curtida del trabajo al aire.  Delgado como un junco, aun erguido, pasea con digndad sus más de ochenta trabajadas primaveras. Habla quedo, como para no molestar, con la educación inculta pero perfecta. Aprendió en la escuela de la sumisión de tiempos anteriores, donde un gitano era poco más que un animal al que se podía apalear por un quítame allá esas pajas.
- Buenos días tenga´esté y la compaña si hay.- Siempre saluda al entrar
Nunca se destoca, ni en sitios cerrados. No sé si lo ha olvidado o si antes no era costumbre. De naturaleza tímida, solo de tarde en tarde es posible enredarlo en conversación. Cuando lo hace es para hablar de una época que no conocí pero de la que muchos me hablaron, ellos la llaman "el tiempo´la jambre". Son los años que siguieron a la Guerra Civil, en los que no había de nada en un país devastado por la guerra, desgarrado porque en todas las familias había muertos y desaparecidos y un odio latente que ni vencedores ni vencidos querían desterrar. Con todo, hubo un bando que, pérdidas humanas aparte, sobrellevó mejor que el otro la tragedia. Los dueños de la tierra tenían trabajando a los jornaleros de sol a sol por poco más que la comida. Y aun así estaban agradecidos, pues muchos no tenían trabajo ni sustento para ellos y sus hijos. Benito refiere que trabajó para un Marqués  y que sus hijos comían algo más que él porque la hija del marqués (la señorita como él la llama) que era muy buena, les cogió cariño y les daba cosas de su casa cuando aparecía por el cortijo. Todos los jornaleros vivían con sus familias juntos en una nave enorme, y  para tener intimidad les dejaron hacer con sacos una especie de cubículos para cada familia. Nunca se sintió diferente de los payos cuando estaba en el trabajo, pero él, honrado a carta cabal, se ponía malo cuando veía  un tricornio con capa y bigote. Tantas veces lo miraron con cara hostil y esperando el mínimo gesto para arrearle que desarrolló esa sumisión que ya le acompañaría siempre.
Hoy, que casi toda la droga que se trapichea en la villa pasa por manos gitanas, y gran parte de los robos en las casas idem de lo mismo, es fácil entender que entre ambos payos y gitanos las cosas estén regular. Hay muchas familias gitanas que no se adaptan a la forma de vivir que impera en la villa, y bastantes conflictos de tipo racista. Tienen su propio gueto, donde pocos payos (delincuentes en su mayoría) se atreven a vivir.
Para mi que no es cuestión de raza, y  Benito me lo demuestra. Él, gitano como el que más, es, según sus palabras, hombre de orden, orgulloso de su Pueblo. Me suena como de ese pueblo gitano del que Lorca hablaba en sus versos y del que ahora apenas parece quedar nada.   Le avergüenza que asocien su raza con el delito, pero entiende las razones. Por eso desprecia a aquellos que desprestigian a los suyos. Él me habla de un tiempo que trabajaban codo con codo payos y gitanos  en una tierra a la que era dificil sacarle frutos. Y compartían trabajo, comida y techo. Los pocos de su edad que quedan de los que trabajaron con él, no distinguen de que piel estan hechos unos y otros. Lástima que ahora la diferencia parezca evidente.

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